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Ruta 7. Un viaje transformador

12 Dic

El otro día hablaba con un amigo y le contaba que el kebab en Turquía me sabía distinto al que se puede comer en España. Su frustración fue mayúscula al comprobar mi dificultad para explicar diferencias o parecidos entre sabores. Para mí el limón sabe a limón y la lima a lima; soy incapaz de decirte en qué se diferencian pero sé que son distintos.  Pues esto es más o menos lo que me pasa al hablar de Ru7a.  Fui uno de los 45 universitarios que recorrieron las Islas Canarias este verano a bordo de la tercera edición de este campamento nómada y solo puedo definirlo a ciencia cierta como una experiencia increíble y como un viaje transformador.

Para intentar acercarme un poco más a una definición objetiva diré que Ru7a cimienta su filosofía en cuatro ejes (educativo, institucional, turístico y social).  El primero de ellos hace que en este viaje el rutero se enfrente a problemas reales y que sea capaz de resolverlos adquiriendo valores y destrezas personales, tales como la cooperación o la responsabilidad. Desde el punto de vista institucional cabe destacar que este es un proyecto con una financiación responsable basado, en gran medida, en el trueque con empresas, municipios y otras entidades. Al tratarse de una expedición que recorre un territorio como el canario,  Ru7a  no podía olvidarse tampoco del enfoque turístico; tratando de contribuir a la construcción de una imagen unida del archipiélago y huyendo de los destinos convencionales para fomentar la visibilidad de la pluralidad que encierra Canarias. Por último, aunque indudablemente no menos importante, este viaje no sería lo que es sin la colaboración social que desarrolla tanto en los municipios por los que se mueve como a través de la difusión de estas acciones positivas a través de sus canales informativos.

ru7a

El principal encargado de llevar a cabo esta filosofía es el rutero, que desde que hace su preinscripción como candidato ya es protagonista de este proyecto. Y lo es porque este proceso de selección no consiste en que el aspirante envíe su formulario y espere a ser seleccionado. Consta de fases en las que el futuro expedicionario, como sujeto activo, deberá demostrar que quiere ser parte de esta aventura. Lo deberá hacer primero en unos cuestionarios a los que deberá responder con la mayor sinceridad ya que no se evalúa ningún conocimiento, la única intención es conocer a la persona. Después vendrá una fase llamada “tus 60 segundos” en la que los candidatos, de forma presencial u online, deberán explicar sus motivaciones y posibles aportaciones para participar en Ru7a, realizando una presentación de un minuto.  Tras ser valoradas conjuntamente ambas fases, podrá ser seleccionado para la “Gran Final”, una convivencia de un fin de semana en la que los participantes se enfrentan a diferentes pruebas de campo y viven una experiencia única. De aquí resultan elegidos los 45 ruteros de cada edición.

Desde el momento en el que me vi en la lista de seleccionados supe que iba a ser una vivencia extraordinaria, distinta a todo lo demás. En eso no iba desencaminado pero sí en la idea que tenía de cómo se iban a desarrollar esos 35 días. Pensaba que sería algo parecido a un campamento de verano, un campo de trabajo, un viaje de jóvenes responsables… pero no me imaginaba que el concepto sería tan complejo. Me impactó en un primer momento el hecho de que cada uno estuviese en un taller (fotografía, vídeo, artes plásticas, literatura o música) donde asumiría responsabilidades en el desarrollo del viaje. Poco a poco fui comprendiendo que ese era uno de los objetivos de Ru7a: ir delegando en los expedicionarios todas las tareas, desde las más básicas hasta las logísticas, con el paso de los días porque ahí también estaba el aprendizaje. La Coordinación Técnica (formada en su mayoría por ruteros de otras ediciones) nos acompañaba para orientarnos y para garantizar la logística más esencial pero los responsables, cada vez de más tareas, éramos nosotros.

Eso y mucho más es Ru7a por definición, como proyecto, pero para mí y creo que para cada uno de mis compañeros fue algo más. Fue un viaje en una montaña rusa de sentimientos que movió por completo nuestras estructuras mentales, destruyó las prisiones que formaban muchos de nuestros prejuicios y nos dio fuerzas para ir a por nuestros objetivos. Aprendimos a valorar más un abrazo, una sonrisa, una palmada en la espalda…Fuimos capaces de dejar una huella positiva allá por donde pasábamos, superamos los retos que nos habíamos marcado y creamos una verdadera comunidad responsable. Más de un mes y siete islas después sabíamos que la clave del éxito estaba en recorrer el camino juntos.

Javier A. Amador

 
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Publicado por en 12 diciembre, 2013 en Viajes

 

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