Editorial

Sin pensarlo dos veces, nos lanzamos de cabeza al mar de Homero (aquel ponto vinoso…) y acabamos naufragando en esta isla perdida, una entre las muchas del inabarcable archipiélago cibernético. ¿Estará habitada esta isla? ¿Podemos llamarla con propiedad nuestra? ¿Se acordará alguien de nosotros, aunque estemos tan lejos, y vendrá a buscarnos? ¿Hay alguien ahí, en la espesura, que nos mire y calle para no ser descubierto? De ser así, esperamos que con el tiempo te pronuncies, improbable lector de esta página o rollo electrónico, y hasta que ingreses en nuestra tribu, cuyo vínculo es la amistad y el amor profesado a los saberes del hombre. También la H con que hemos titulado nuestra empresa calla a su modo, atiende a la voz de los siglos, esa voz que habla bajito, pero no se extingue porque, como dice el amigo Italo Calvino, un clásico nunca acaba de decir lo que tiene que decir, o porque, como dice el amigo Azúa, “la tarea poética no tiene fin, pues el fin de la tarea poética es alejar el fin”… Pero, a todo esto, ¿quiénes somos? ¿De dónde hemos salido? ¿Qué y quiénes somos H?

Hemos dicho al principio que todo empezó con un chapuzón en el mar homérico. Permitid que nos expliquemos: de unas amenas charlas, durante el curso 2009-2010, al hilo de la Odisea y un puñado de clásicos grecolatinos surgió este grupo dispar de amigos, alumnos (más algún profesor infiltrado o invitado) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pablo de Olavide. Aquellas lecturas compartidas propiciaron, según parece, un cierto encuentro y la creación de esta revista, H (de Humanidades), que quizá algún día alcance la imprenta. Por el momento, flotaremos un rato en esta suerte de gracioso limbo que es internet. Confiamos en que nuestra revista sepa, si no dar respuesta, sí plantear suficientes cuestiones en torno a las Humanidades como para atraer la atención y la participación de sus lectores. Afrontaremos todo tipo de asuntos desde perspectivas distintas y en diverso formato: de la reseña breve y el aforismo al artículo de fondo, de la entrevista a la crítica artística y musical, de la investigación a la divulgación, recabando la colaboración tanto del estudiante como del profesor, del científico y del amateur, con el propósito de ofrecer una imagen fiel del ámbito intelectual donde la revista ha cobrado vida y ha echado a andar, de repente, como un Gólem universitario. Para esbozar dicho retrato –y si queremos que éste presente cierto parecido con la vida–, no basta, claro está, con ceñirse a un sector de la fauna universitaria, ni a un determinado campo de estudio o una jerarquía establecida. Sería como ponerle puertas al campo o, por zanjar la metáfora pictórica, dejar nuestro retrato a medias, a falta de una oreja, sin el toque exótico de un fez o sin la pajarita que tanto decía acerca del hombre a quien pintábamos… Se adivinará, pues, fácilmente, que no es ésta una revista al uso, que no es una revista de creación ni una publicación especializada en tal o cual materia. Ojalá logre ser, a un tiempo, todas esas cosas a la vez. Pretendemos tomarle el pulso a nuestra universidad, y dar una idea cabal de la intensidad con que (la) vivimos, sin hurtar ninguna de sus facetas: de la tragedia griega a la amenidad del bar, de Schopenhauer a las charcas repletas de sapos, de Led Zeppelin a la fricativa alveolar sonora…

Nos embarcamos en esta aventura con entusiasmo y miedo también. No de otro modo se sentirían al partir aquellos homéricos cibernautas (término griego cuyo sentido no era otro que el de “piloto de barco”), que se hicieron a la mar para acabar naufragando –quién se lo iba a decir– en el angosto pero inagotable escenario de la pantalla de un ordenador.

Alberto Marina Castillo

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